Mensaje a los Sacerdotes de Arecibo

Iglesia en comunión, misionera y sinodal: “Para que se llene mi casa”
“Ve a lo largo de los caminos y de los cercados, e insiste a la gente para que entre, para que se llene mi casa” Lc, 14, 23
- Nuestro pueblo canta con frecuencia las palabras inspiradas del salmo 122: “Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor”. Éste, como sabemos es uno de los llamados “Salmos de las subidas” pues expresaban el gozo de los peregrinos al dirigirse al Templo. Al visitar por primera vez, con un grupo de boricuas la Tierra Santa, en el autobús que nos conducía a Jerusalén, los peregrinos empezaron a cantar espontáneamente dicho salmo cuando por fin se vislumbraba en el horizonte la ciudad. Probablemente muchos de los allí presentes ni siquiera conocían el origen de este canto tan popular en Puerto Rico, pero el guía, judío argentino, lo reconoció inmediatamente y dijo por lo bajo: “es el salmo 122”.
- El durísimo periodo de la pandemia hizo que se tomaran medidas extraordinarias de restricción y encerramiento, tanto por las autoridades civiles como las eclesiásticas. Hoy día, cuando se recupera una normalidad cada vez mayor, mucha gente ha perdido el temor a ir a casi todas partes, menos a la iglesia. En mi encuentro e intercambio de impresiones con los sacerdotes al frente de nuestras comunidades escucho frecuentemente la misma preocupación: “No hemos llegado a recuperar la feligresía que teníamos antes de la pandemia”. No hay duda de que esto puede también deberse al éxodo de muchos compatriotas, que se unen a lo que ya nos dejaron a raíz de la crisis económica y las carencias causadas por los desastres que ya conocemos. Sin embargo, también es cierto que gente que no se ha ido fuera del país tampoco han regresado a celebrar su fe con sus hermanos en sus parroquias y capillas. Esto nos llena de tristeza, pues sabemos, y yo he visto personalmente, como en nuestras parroquias se sigue ejerciendo cuidado y tomando medidas de prevención contra contagios. Pero, aun sin descartar que todavía algunos hermanos se ausenten de la Santa Misa por cierto temor al contagio, ¿es cierto que todos los que han dejado de asistir, ejercen la misma cautela en otros ámbitos de su vida?: ¿Han dejado de asistir a los centros comerciales, celebraciones familiares (uno de los mayores focos de contagio), a conciertos, etc.?
- También nosotros, como agentes de pastoral y animadores de la vida parroquial, debemos autoevaluarnos. Como efecto positivo de la crisis sanitaria muchos sacerdotes descubrieron el mundo virtual como un nuevo areópago desde el cual poder seguir evangelizando y tener una limitada participación en la Sagrada Eucaristía. Ejemplo de eso lo recibimos del mismo papa Francisco con su misa diaria en Santa Marta, trasmitida al mundo entero.
Luego que se empezó a recuperar la posibilidad de asistir a los templos, las condiciones y exigencias de distanciamiento social recomendaron ajustar los horarios de las misas en conformidad con el aforo. La mayoría de los casos eso no llevó a añadir celebraciones, sino a la restricción del número de personas que se podía admitir por celebración. A veces se pedía llamar para “reservar” los espacios disponibles, y esto también afectó la participación. No podemos descartar de que hubiese gente que quedó molesta por estas restricciones, sin entender que lo que se pretendía era proteger la salud de todos con esas medidas. Finalmente, si la celebración eucarística se vio afectada, a pesar de las misas televisadas o retrasmitidas por radio y TV, la recepción de otros sacramentos quedó paralizada o cambiada, aunque no en lo esencial. La confirmación, y la unción de los enfermos por un tiempo se hizo con hisopos y, al menos en la Arquidiócesis de San Juan, la mayoría de las confirmaciones se llevaron a cabo fuera de la Misa.
- El Sacramento de la reconciliación por otro lado, tiene complicaciones particulares. Este sacramento de gracia y misericordia no puede sustituirse por ninguna celebración virtual. Ahí también tenemos que revisar cómo se afectó en la conciencia de los fieles la necesidad de un sacramento que requiere cercanía real y física. Los largos meses que duró la dispensa del precepto dominical, precisamente para evitar angustias innecesarias, quizá pudieron influir en que algunos vieran en ese precepto una mera arbitrariedad y por consiguiente repensaran de una vez la necesidad de confesar otros pecados. Relanzar la formación y facilitar el acceso a la confesión es una contribución fundamental para ir rescatando a los católicos alejados por la pandemia.
- La ausencia o alejamiento de nuestros fieles de toda la vida no es una constatación únicamente de los presbíteros, sino que también los laicos en diversas instancias han expresado su preocupación y su deseo expreso de que se salga a buscarlos, tal como ha pedido el papa Francisco. En la Síntesis de la Diócesis de Arecibo para el Sínodo, se escucha este clamor. Una y otra vez se repite la palabra “salir”, “salida”, “acercarse”, “buscar”. Hoy no se trata solo de buscar a los que siempre han estado lejos, sino a los que hasta hace poco estaban cerca. Creo que debemos hacer el mayor uso posible de la oportunidad que nos brinda la cuaresma para lanzar la red, porque seguramente habrá muchos que se acercarán a recibir, el sacramental de la ceniza, o a participar de otras actividades propias de este tiempo. Les exhorto a organizar sus itinerarios de retiros, vía crucis, misiones y otras actividades y publicarlos por todos los medios. Traten de impactar positivamente, con unas predicaciones centradas en el Kerigma. Organicen en las parroquias a los ujieres para que ejerzan un verdadero ministerio de la hospitalidad, recibiendo a los que llegan con afecto, facilitándoles el que se ubiquen. Den la bienvenida a todos y no saquen en cara a nadie su pasada ausencia. Que las celebraciones sean dignas y bien preparadas, como enseña el papa Francisco: “El ars celebrandi no puede reducirse a la mera observancia de un aparato de rúbricas, ni tampoco puede pensarse en una fantasiosa – a veces salvaje – creatividad sin reglas. El rito es en sí mismo una norma, y la norma nunca es un fin en sí misma, sino que siempre está al servicio de la realidad superior que quiere custodiar”. DD 48. La liturgia requiere alma de adorador, no de “enterteiner”. Las instrucciones del misal y los rituales prevén cierto grado de adaptación cuando se sugieren múltiples alternativas de saludos, acto penitencial, prefacios, plegarias eucarísticas, bendiciones, etc. pero a veces se sustituye ese rico material eucológico por la última ocurrencia o improvisación. Entonces no vemos adaptación, sino demolición de los ritos.
- La Iglesia en salida necesita una retaguardia que acoja en la parroquia a los que llegan atraídos por la fuerza de la predicación y la misión. Es cierto que San Pablo dice que su tarea principal era la predicación y no bautizar, (1 Cor. 1, 17) pero ¿de qué sirve la predicación si no es rubricada con el sello del bautismo? La fe predicada y la fe celebrada (Términos del p. Amedeo Cencini en: Los sentimientos del Hijo) se necesitan mutuamente. Y cada sacramento, incluyendo la confesión es celebración de la fe.
- Pero dar esta oportunidad requiere que estemos disponibles a horas concretas y en lugares específicos para confesar. En el seminario aprendí que “el diablo es amigo de lo general y enemigo de lo concreto”. No basta con decir: “Yo estoy siempre dispuesto a confesar”, hay que añadir, “en tales días y a tal hora estoy confesando”. Y ser fieles, aunque no venga nadie al principio. Ya llegarán si perseveras. Exhorto a los Vicarios a que se organicen, sobre todo en cuaresma, actos penitenciales con numerosos confesores, para que los fieles accedan al sacramento. Algo así como una “fiesta del reencuentro, de la misericordia, de la reconciliación, etc”, o el nombre que quieran darle.
- Si en sus parroquias siguen trasmitiendo la misa, recuerden mediante un pequeño aviso a los que se conectan que la trasmisión es para los enfermos, encarcelados y otros que no pueden asistir físicamente a la liturgia, pero no para los que tienen salud y están capacitados para ir a la parroquia o capilla. Hay que recuperar la alegría de ir a la Casa del Señor. Finalmente les recuerdo que los curas necesitamos también confesarnos y dar a los fieles no solo palabras sino ejemplo de una vida coherente con el mensaje que predicamos. También nosotros estamos necesitados de conversión. Las ovejas no solo tienen olor, también tienen olfato, y aunque disimulen, no solo conocen la voz de los pastores, sino a lo que huelen y en ocasiones lloran en silencio nuestras incoherencias. Ayudémonos mutuamente a perseverar en la fidelidad del que nos llamó a compartir de manera singular su sacerdocio. Así será más fácil cumplir el mandato del Señor: “Vayan por los caminos e insistan para que entre la gente y se llene mi casa”. Gracias a todos por su ministerio.